El CAMINO DE LAS SOLUCIONES
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¿Dónde está la solución? Esta pregunta es la que nos hacemos cada vez que se enciende un piloto en nuestra vida para indicarnos que algo no está bien.
Según los expertos podemos afirmar que tenemos un problema cuando percibimos un desequilibrio entre lo que se nos exige y nuestra disponibilidad para dar respuesta.
De esta definición la palabra más interesante es esta: percepción.
No vivimos un problema como tal hasta que somos conscientes de él. Hasta que percibamos que lo tenemos.
Lo mismo sucede con la solución. A menudo hemos escuchado la frase: ¡Tenía la solución delante de mis narices y no era capaz de verla!
Encontrar la solución es tanto como estar preparado para percibirla.
Tenemos la suerte de vivir en un mundo con muchas posibilidades, lo que sucede es que no son tenidas como soluciones hasta que no las percibimos como tales.
Cada problema es único y esto hace que también lo sean las gestiones que se han de realizar para encontrar la solución. Aunque no podemos decir mucho sobre los pasos que cada uno ha de dar, si podemos decir algo sobre los errores a evitar en el camino de su percepción.
ERROR Nº1: EMPREDER EL CAMINO DE LAS SOLUCIONES SIN TENER EN CUENTA QUE LAS CUESTIONES BÁSICAS IMPORTAN.
¿Resolvería igual un problema en el trabajo con un fuerte dolor de muelas? ¿Lo haría igual de bien con un ruido insoportable junto a su mesa? ¿Y si no hay luz? ¿Y si tiene mucha sed?
¿Resulta uno igual de eficiente si ha de responder a varios problemas citados a la misma hora en su agenda?
Las cuestiones básicas son eso: Básicas. En la búsqueda de soluciones han de estar mínimamente atendidas. De lo contrario, ellas mismas se convierten en un problema.
Podríamos afirmar que sentirse uno cansado, con las necesidades fisiológicas sin cubrir o sin un mínimo tiempo para el análisis de los problemas resulta ser una de las peores maneras para disponerse a percibir soluciones acertadas.
Si el camino de las soluciones se recorriera en un vehículo, podríamos decir que las cuestiones básicas son como las ruedas. No podemos avanzar si no están cubiertas porque necesitamos deslizarnos sobre ellas para avanzar.
En ocasiones parece que nos empeñamos en recorrer camino de las soluciones con varias ruedas de pinchadas. Nuestro organismo nos avisa de su importancia a través del sistema neuroendocrino. Necesidades tan primarias como ir al baño, beber, etc están reguladas por el eje hipotálamo- hipofisario y buscan ser cubiertas incluso por encima de la propia consciencia.
Emprender el camino de las soluciones sin atender a estas cuestiones es perjudicial para nosotros y desde luego que también lo es para la percepción de las soluciones. Además termina por generar un, no siempre consciente, problema de autoestima que termina por provocar comportamientos evasivos e irracionales. Esto es, comportamientos en la dirección contraria al camino de las soluciones.
En ocasiones lo que sucede es que ante la insatisfacción mantenida termina por dominarnos la desidia. Nos atascamos y comenzamos a darle vueltas hasta que finalmente acabamos por pasarle el problema a otro.
El camino de las soluciones, como cualquier otro camino, se ha de recorrer teniendo en cuenta las cuestiones básicas. Esto es, con las ruedas de nuestro vehículo bien ajustadas.
ERROR Nº 2 : EMPRENDER EL CAMINO DE LAS SOLUCIONES SIN TENER EN CUENTA QUE EL ENTORNO IMPORTA (… Y MUCHO)
Los problemas siempre se producen en un contexto y con unas circunstancias concretas. Las soluciones también.
A continuación copio unas líneas que yo mismo escribí el 14 de marzo del 2020, al inicio de la primera ola de la pandemia:
“Esta mañana fui al supermercado, las personas se movían nerviosas. Caminaban acelerados, mirando a todos lados, echando a sus inmensos carros casi todo lo que encontraban. Llenándose de cosas que posiblemente no necesitarán jamás.
… o quizá sí. A fecha de hoy no lo sabemos.
Por un momento me ha venido a la mente una imagen de mi infancia. Me he visto a mí mismo con apenas 6 ó 7 años, martirizando a las pobres hormigas a la entrada de su hormiguero. Recuerdo que me llamaba la atención verlas correr tan aceleradas, sin sentido, sin ningún control.
Las personas que he encontrado hoy mientras hacía la compra me han recordado a aquellas hormigas. Sin embargo, en medio de aquella reflexión me he visto reflejado frente a un espejo del centro comercial y entonces he caído en la cuenta: yo también estaba actuando como una hormiga más.”
Ahora me pregunto ¿Cómo actuó cada uno de nosotros en aquellos terribles días del principio de la pandemia? Estábamos atónitos, bloqueados ante aquella ola terrible de enfermos y fallecidos.
El entorno condicionaba cada uno de nuestros actos, nuestra forma de ir a la compra, nuestra manera de trabajar o el modo en que saludamos a nuestra familia.
El entorno lo condiciona todo.
Me impresiona escuchar a muchos juzgar las cosas que se hicieron en otros tiempos de la historia. Incluso hace varios siglos, cuando todo era completamente diferente. Se ponen muy estupendos, como si se pudiera juzgar lo que se hacía entonces sin molestarse lo más mínimo en ponerse las gafas de aquellos tiempos.
Las circunstancias concretas que rodean a un problema son las que son. Si no lo consideramos estamos cometiendo el mismo error de quien piensa que se puede recorrer el camino de las soluciones con la misma ropa bajo el sol de un mediodía de agosto, que en una fría noche de febrero.
Recorrer el camino de las soluciones, lo mismo que querer juzgar las acciones realizadas en un momento sin tener en cuenta su contexto resulta injusto, cruel y muy, muy, muy estúpido.
ERROR Nº 3: EMPRENDER EL CAMINO DE LAS SOLUCIONES SIN TENER EN CUENTA QUE LAS EMOCIONES IMPORTAN.
Como ya comentamos, tanto el problema como la solución pasan por ser percepciones. No es posible que alguien perciba un problema y esto no le despierte alguna emoción
Las emociones a veces se comprenden fácilmente: preocupación, tristeza, enfado… Pero las emociones son como los colores y casi siempre aparecen entremezcladas resultando composiciones más o menos llamativas.
Las emociones están diseñadas para cumplir una función adaptativa y todas tienen, en principio, una función positiva. Lo que sucede es que muchas veces “se pasan de la raya” y terminan por actuar de manera, digamos: “exagerada” por lo que dejan de actuar a nuestro favor en el camino de las soluciones.
Podríamos decir que esto tiene su explicación bioquímica. Ante un problema el organismo se activa y de manera inmediata se empiezan a segregar determinados neurotransmisores y hormonas diseñados para garantizar nuestra supervivencia ( adrenalina, cortisol…) El organismo se activa y aparecen los síntomas que todos hemos experimentado cuando tenemos problemas: palpitaciones, molestias digestivas, insomnio, etc.
Las emociones condicionan nuestra conducta:
¿Afrontamos igual un problema cuando estamos paralizados por el pánico? ¿Se ha dado cuenta de que muchas personas al volante se vuelven más agresivas que en su vida normal? ¿Ha conocido alguien a quien un problema dejó tan afectado que terminó siendo su propia tristeza más grave que el mismo problema?
Querer recorrer el camino de las soluciones sin tener en cuenta la gran importancia que tienen las emociones es como conducir sin volante. Esto es, sin recursos para reaccionar ante un bache inesperado .Sin saber qué hacer ante una curva pronunciada o sin capacidad para cambiar de dirección cuando el camino es el equivocado.
Nuestras emociones “nos hacen sentir”. Nos orientan hacia dónde tenemos que conducir pero ¡Ojo! El volante lo llevamos nosotros y no podemos permitir que una emoción sobrepasada provoque un accidente en nuestro camino de las soluciones.
¿Cómo manejar este volante? Los expertos dirían: reconociendo a las emociones, aceptándolas y por último gestionándolas de la mejor manera posible. Aquí es donde aparece esto que ellos llaman inteligencia emocional. Esa disciplina de la que tantos hablamos y que tan pocos dominan.
ERROR Nº 4 EMPRENDER EL CAMINO DE LAS SOLUCIONES SIN TENER EN CUENTA QUE EL CONOCIMIENTO IMPORTA.
¿Tendrá la misma manera de abordar un infarto por la calle un cardiólogo que un perito agrónomo que pase por allí? ¿Se enfrentará igual a una avería del coche un mecánico que un dibujante? ¿Afrontamos igual un problema si no sabemos de lo que va que si nos hemos preocupado de leer sobre él o de consultar a un experto?
Uno de los mayores errores en el camino de las soluciones está en que muchas personas actúan de manera impulsiva, sin tomarse un tiempo para el análisis, la reflexión y la adquisición de la información necesaria. Actuar así es como emprender el camino de las soluciones sin saber a dónde ir. Sin una mínima referencia que al menos indique cuales son los puntos cardinales por los que uno se debe mover.
Vivimos en un mundo en el que casi nadie puede decir que no tiene información. El problema es el contrario, la información es tan abundante, tan variada que lo difícil es saber cuál es la que nos interesa tener.
Decidir qué fuente de información es la que me va a ayudar en el camino de las soluciones sin resultar engañado o manipulado resulta bastante complejo. Tomar partido por la mejor fuente de información es, quizá, el reto más difícil de cumplir hoy en día en el camino de las soluciones.
De una forma u otra, finalmente tendremos que asumir un riesgo. No nos queda más remedio pues el camino de las soluciones solo se puede recorrer mediante la acción.
Nos guste o no siempre existirá el peligro de equivocarnos lo mismo que, por muy bien que sepamos jugar a las cartas siempre podemos perder. Quizá sea esto lo que hace más atractivo el viaje.
Conozco a un hombre, sacerdote, al que escuché una frase que me gustó mucho:
“En el interior de cada uno de nosotros existe un altar al que, queramos o no, habremos siempre de rendir cuentas: nuestra propia conciencia.”
Si la confianza es hija de la experiencia, la paz interior lo es de la conciencia tranquila. Hagamos lo que hagamos y viajemos en el vehículo que nos toque, la conclusión que saco es que la conciencia resulta ser siempre el mejor motor.
Hacer las cosas lo mejor posible en cada circunstancia concreta.
Seguramente así, terminemos en el lugar que toque, al final de nuestro camino podremos decir: ¡Mereció la pena!
Pare vencer un peligro
o salvar cualquier abismo,
por experiencia lo afirmo;
más que el sable y que la lanza
suele servir la confianza
que el hombre tiene de sí mismo.
José Hernández