Un mar de lágrimas
/ admin /Hace apenas tres meses y sin embargo vienen a mi mente imágenes que quieren diluirse en la lejanía.
Ahora mismo recuerdo la escena de la última vez que fui al supermercado antes del confinamiento. Las personas se movían nerviosas empujando carros rebosantes. Algunos parecían perdidos, corriendo sin rumbo. Parecían querer llevárselo todo. Recuerdo que en aquel momento vino una metáfora a mi cabeza: nos movíamos como hormigas enloquecidas cuando intuyen el peligro de ser aplastadas por algún ser despiadado.
Es sólo una metáfora pero resume bien lo que somos (o lo que podemos llegar a ser) cuando el pánico se adueña de nosotros.
Recuerdo que aquel día, junto a las cajas, pasaron unos adolescentes con los bríos casi desafiantes con la que van algunos a esta edad. Su actitud era algo así como de: “no te me cruces que te aplasto”. Y lo que me pareció más triste fue el efecto contagio que esto produjo. Alguna persona se enfrentó a ellos y estuvo la cosa a punto de ponerse fea.
Del miedo al pánico y de este a la ira y la agresividad solo hay un par de pasos. Como de la tristeza al traumatismo emocional.
Tristeza. Porque la tristeza no había hecho entonces más que empezar.
Durante estos meses apenas se han visto ataúdes en las noticias de la televisión ni en los vídeos de wasap. Eso sí, de graciosillos, gurús, “opinadores” y sobre todo peleítas de gallos entre políticos enzarzados nos hemos tragado minutos hasta la extenuación (y lo que nos queda).
Es de comprender que a una sociedad encerrada en casa y agarrotada por el miedo no se le podía machacar con imágenes de muerte y desolación. Era y es importante mantener la moral lo más alta posible.
Lo que sucede es que, algunas personas se empeñan en olvidar demasiado rápido y ahora quieren sencillamente actuar como si nada hubiera pasado. Les ves por ahí caminando sin mascarilla, sin respetar ninguna norma y casi pegándose por un sitio de sombra en la terraza del bar.
Cuando lo veo me gustaría que alguien les enseñase aquellas imágenes que no vieron o tal vez les haría planteamientos del tipo:
Si colocásemos en fila, uno detrás de otro, los ataúdes de las personas que han muerto por esta crisis ¿Cuantos kilómetros mediría?
Si los colocásemos uno sobre otro, como si formaran una pared ¿Cuánto de alta sería?
Su juntásemos las lágrimas derramadas por sus familias y las que quedan por llorar ¿Cuántos mares se llenarían?
Tenemos que seguir adelante. La vida sigue, nuestra economía y cada uno de nosotros lo necesita. No podemos abandonarnos y convertirnos en un país condenando y triste.
Pero, por favor… con alguna lección aprendida.
Se lo debemos a todos, a los que vengan en el futuro, a los que todavía estamos aquí y muy especialmente a los que se han ido.
(D .E. P. )