Un médico peculiar. Acto 1: La llegada de los Alienígenas
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Acto 1: la llegada de los alienígenas
“Amados lectores, sea pues; lo primero que yo haga será esto: me presentaré.
Soy Magdaleno María Pérez de la Constitución.
Vengo desde muy lejos, como dice la canción.
He nacido en otro planeta, en la línea de lo que ustedes llaman Marte.
¡Y no estoy majareta! O si es así… es cosa aparte”
El lector pensará: ¿De otro planeta? ¿Querrá engañarnos? ¿Estará loco? ¿Será el inicio de una invasión? ¿Fumará Bisonte? ¿Deberá dinero a la patrona de su pensión? ¿Tendrá el dedo quebrado y dirá “mi caaasa”?
La respuesta a todo esto, vendrá a continuación
¡Cuántas preguntas!… ¡Qué ilusión!
Provengo de un pequeño planeta llamado “Costa Árida”. Mis padres me trajeron engañado porque yo, en mi barrio, tenía muchos amiguitos con los que jugaba a arrancarles las antenas y a meterles el dedo en el ojo; lo cual no es muy difícil si tenemos en cuenta que cada uno de nosotros está formado por un cuerpo redondo con un gran ojo y dos antenas. Según dicen tenemos un asombroso parecido con una sandía terrestre. Recuerdo aquel memorable día en que papá, Don Galleto Pérez, ¡todo un contable extraplanetario! llegó a casa emocionado y tembloroso como un niño. Nos llamó a todos:
¡Purita! (mi madre), ¡Gilberto! (el canario), ¡Clementina! ¡Aniceta! ¡Sabina! (las vecinas del tercero… unas cotillas), ¡Roque! (el perro de la casa de enfrente, que no se hablaba con mi madre pero era muy amigo de Gilberto). Y siguió llamando y llamando… ¡Elisa! (hermana de mi madre, que vivía en Venus pero siempre llegaba en un pispás); ¡Mari Cruz!… Así hasta tres mil doscientos nombres más… ¡Cenutrio! (mi hermano), ¡Butanero! En ese momento mi madre se ruborizó:
— ¿Desde cuándo sabes lo nuestro?— preguntó sobresaltada.
— Desde que el mundo es mundo— contestó papá quedándose tan ancho. Bueno, y desde que no nos falta el agua caliente. Lo cual es muy sospechoso teniendo en cuenta que hace más de quince años solares que no pagamos la cuenta del butano.
Después gritó:
— ¡Magdaleno! (por fin yo). A mí siempre me dejaban para lo último.
¡Veo que ya estáis todos! —Habló papá con un megáfono—. En ese momento carraspeó como solía hacer al inicio de sus discursos; era la manera que tenía para calmar su ansiedad:
“Querida familia mía… ¡Qué alegría! ¡Qué emoción!
Teneros a todos juntos mientras cuento mi decisión.
Hijos, cuñados, primos y amantes. Todos… ¡Qué ilusión!
Ahora en este punto os voy a dar un notición ¡Atención! ¡Concentración!
¡Expectación! ¡Por fin llega… la explicación!”
En ese momento algo distrajo la atención de papá, ya que sonó el teléfono móvil de la tía Elisa. Era uno de sus novios, que andaba de viaje de negocios en Plutonio. No pudimos evitar escucharla:
“Que yo te quiero a ti. ¡Que no! ¡Que sí!
Para mí eres mucho más que un amigo. Aunque parezcas un higo.
Eres ¡tan simpático! ¡Tan millonario! ¡Tan aristocrático!
Sólo pienso en verme un día, en el juzgado o la vicaría,
¡Vestida toda de blanco! Y de tu brazo, ir juntos, a… cobrar al banco”
Andábamos todos conmovidos ante este terremoto de ternura que no habíamos podido evitar escuchar, cuando papá exclamó:
“La vida está muy perra. ¡Nos vamos a la Tierra!”
Un silencio llenó aquel instante, que se vio tan solo interrumpido por la voz de tía Elisa:
“Cuelgo pichurrín, mi amor, mi calabacín”
— ¿A la Tierra?— Preguntamos todos a la vez llenos de desencanto—
— Querida familia — prosiguió mi padre utilizando esta vez un tono mucho más grave y formal—, las circunstancias me han obligado a tomar esta decisión. Esto fue lo que nos comentó mientras nos enseñaba una carta que había extraído del bolsillo de su chaqueta:
A/ A Don Galleto Pérez
Muy señor nuestro:
A pesar de que lo hemos intentado por activa, por pasiva, por cursiva, por evasiva, por misiva y por corrosiva; usted no nos devuelve ni un solo céntimo de los muchos que nos debe. Por esta razón queremos poner en su conocimiento que después de reunirnos hemos tomado la siguiente decisión por absoluta mayoría:
SI EN DOS DÍAS NO NOS PAGA LO QUE NOS DEBE ¡NOS VAMOS A COMER SUS HIGADILLOS!
Atentamente:
Sus acreedores afectísimos (más de doce mil costaridanos)
Después de leer este mensaje, quedamos todos algo pensativos.
— ¿Qué podemos hacer?— Preguntó mamá, que no quería ni pensar en alejarse de su amor “butanil.”
—Sólo se me ocurren tres soluciones —contestó mi padre—:
GALLETO: “Pagarles y ponernos al día”. TODOS: “¡Vaya tontería!”
GALLETO: “Cambiarnos de planeta”. TODOS: “¿Te has vuelto majareta?”
GALLETO: (con cara de circunstancias) “Negociar…” TODOS: “¿Negociar?”
GALLETO: “Sí, ofrecerles los higadillos de Magdaleno, mi hijo querido”. TODOS: “¡Eso sí… tiene sentido!”
En aquel momento intervino mamá:
— ¿Y qué va a hacer el niño sin sus higadillos? ¡No podrá ir al colegio! Porque no va a estudiarse una lección si no tiene higadillos. ¡Tampoco podrá trabajar! Porque tú me dirás dónde contratan a un niño tan cabezón y… sin higadillos. Por no hablar de su vida sexual (el sexo… siempre el sexo). ¡A ver quién va a querer hacer el amor con este pedazo de cabezón tan feo; si encima no tiene higadillos!
— Mujer, no te pongas así — cantó Gilberto, el canario.
— Sólo hay una solución — dijo papá —. TODOS: “¡Nos vamos a la Tierra!”
Y así nos dispusimos a hacer el equipaje para emprender nuestro camino con rumbo a la Tierra. Con gesto ilusionado exclamábamos en nuestro interior… ¡dónde nos vamos a meter!