El pelo del duque

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Si no fuera porque se trataba de un cráneo noble y si no fuera porque se trataba del único pelo que habitaba aquella despoblada e ilustre cabeza, entonces Luisito, como así llamaba don Luís Rodolfo Gómez del Moncayo y Millán al  único pelo que le quedaba. No sería un pelo tan mal educado.

Luisito era como uno de esos hijos únicos y malcriados que vienen a paliar las desesperanzas de los últimos años fértiles de un matrimonio entrado en edad.

Luisito era un pelo rebelde, si. Un pelo desconsiderado. Sabía muy bien que don Luís Rodolfo, Duque de Cubillo y heredero de una buena parte de la serranía alcarriense le miraba cada mañana con ojillos expectantes y le esparcía aceite anticaída  por el medio de su tronco, haciéndole por cierto bastantes cosquillas. A Luisito esto le divertía mucho, le gustaba que le acariciasen que, le embadurnasen en aceites, en  cremas protectoras y champúes especiales. Incluso su dueño, el duque, le hablaba a veces de   un gran futuro y porvenir si se aplicaba bien y aprobaba todas las asignaturas del colegio: “Los padres folículos” para el que le había solicitado plaza hacía tan solo unos meses.

Sin embargo, el duque tenía cada mañana un pequeña discusión con su querido “pelo único”. Esta venía cuando le preguntaba, casi siempre  temeroso: ¿Me dejas ducharme Luisito?

¡Todo un Duque pidiéndole a él permiso para ducharse…!

─ ¡Pues no! Hoy hace mucho frío, ─ contestaba Luisito con tono altivo.

─Pero Luisito ¿No ves que tengo una reunión con el Marqués de Viñuelas y el alcalde de Guadalajara?  ¡Van a pensar que soy un poco cochino!

─ Mira Luís, ─ porque Luisito tuteaba al duque en la intimidad ─. No te pongas pesadito porque estoy un poco cansado, así que si me lavas hoy, pues lo mismo cojo y me caigo por tanto estrés.

─ ¡No por Dios, Luisito no me hagas eso! Ahora mismo te voy a comprar unas vitaminas buenísimas que anuncian en la tele. Se llaman “Felicin”  y dicen que con ellas ningún pelo está triste.

─ Pues no sé que haces, Luís; que no me las has comprado todavía ─. Respondía el pelo único.

─ ¡Pero hombre…! digo… ¡Pero pelo! Es que lo he visto esta mañana. Hoy es domingo, y no abren las farmacias.

─Pues se busca una farmacia de guardia ¡Que una urgencia es una urgencia! Contestaba Luisito, tan altivo y arrogante como siempre.

 

La verdad es que el pobre duque no había tenido mucha suerte con sus pelos. La mayoría de ellos le habían sido infieles o le habían abandonado cuando él era sólo un pobre adolescente con acné. Después le quedaron algunos. Lo que podría llamarse una “colonia” de diez o doce pelos fieles. Pero, era tanta la responsabilidad  a la que su dueño les sometía con aquellas reuniones nutritivas, sesiones de  permanente y jornadas  de rizado.  Que fueron cayéndose uno tras otro, quedando al final solos don Luís y su cráneo.

Hasta que llegó Luisito, un pequeño pelito que con sus primeras muecas, pucheros y ajitos se convirtió en  la delicia del duque.

Luisito le hizo tan feliz con su nacimiento que el pobre duque no sabía qué hacer por que este no le abandonase también para volver a quedarse solo ante ese espacio vacío, ante ese terrible abismo, ante esa severa  desazón  que produce la soledad a un hombre cuando le abandona el último testigo de esa persona joven  que… alguna vez fue.

Javier Bris Pertíñez

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