EL TRIÁNGULO DE MIS PROYECTOS
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“No ocultes tus talentos. Se hicieron para usarlos. ¿De qué sirve un reloj de sol en la sombra?
Ben Franklin
Se acaban de terminar las vacaciones y muchos, nos preguntamos ¿Qué traerá el nuevo curso? Aunque quizá la pregunta correcta debiera ser ¿Qué puedo hacer para que el nuevo curso me traiga eso que deseo o necesito?
La respuesta es sencilla: Lo que deseas. Lo que necesitas: Transfórmalo en un proyecto.
Los proyectos son como los puentes que nos hacen cruzar desde la orilla de los sueños, de los deseos (confesables o no) hasta el otro lado: el la de la vida real.
Supongo que, entonces, la pregunta sería ¿Cómo se construyen puentes sólidos? De esos que no se rompen ante la primera riada de las adversidades.
Siempre me ha llamado la atención la cantidad de puentes (y más cosas) construidos a partir de estructuras triangulares. Ya estén a la vista o formando parte de su esqueleto. Los expertos afirman que el triángulo es la figura geométrica capaz de aguantar más presión sin deformarse.
¿Podría yo hacer que mis proyectos se construyeran a partir de estructuras triangulares? Y de ser así ¿De qué tres lados constaría cada uno de sus triángulos?
Pienso que podrían ser los siguientes:
LADO NÚMERO UNO: COHERENCIA.
Este lado, además, debería ocupar la base del triángulo.
Coherencia conmigo. Con lo que yo quiero.. . Coherencia con lo que sé hacer. Con mis inquietudes. Con mis valores. Con lo que puedo aportar. Coherencia con mis objetivos más auténticos aunque como digo, no siempre tengan porqué ser confesables.
Digo que este lado supone la base para mi triángulo y digo también que cuanto mayor sea su longitud mayor estabilidad aportará al proyecto.
Porque… ¿Qué sucedió con aquel proyecto que una vez hice y se resquebrajó a la mínima?
Quizá nunca me terminó de convencer. Posiblemente jamás lo sentí como mío. Puede que nunca fuera sino el proyecto de otro que por alguna razón me tocó asumir. O quizá jamás lo necesité realmente y la razón de ser de aquel proyecto resultó tan artificial como quien pega un cuadro con chicle en la pared.
Cuando no existe coherencia el proyecto no se sostiene en el tiempo. Se echarán las culpas al otro, a la empresa, al sistema o a quien quiera que sea que pasase por ahí.
Cuando se construye un proyecto merece la pena tomarse un tiempo para construir este lado del triángulo. Verlo. Oírlo. Sentirlo y después mirarse al espejo y preguntarse ¿Qué tal? Si quien está al otro lado te sonríe: ¡Genial! No lo dudes… ¡A por el lado número dos!
LADO NÚMERO DOS: NECESIDAD
Para que mi proyecto tenga solidez ha de responder también a esta pregunta ¿Cuál de mis necesidades cubre? A veces hacemos proyectos para vivir mejor Otros los hacen simplemente para no morir de hambre, frío o terror. Lo escuchamos cada día. La personas hacen cosas realmente complejas, difíciles y arriesgadas porque el lado dos del triángulo de su proyecto: su necesidad, es realmente extrema.
Supongo que resulta indiscutible pensar que cuanto más básica sea la necesidad por cubrir mayores riesgos se asumirá. Es decir con más fuerza se aferrará un al puente de su proyecto.
Pero ¿Qué sucede cuando en la necesidad existen otras cuestiones no tan primarias como por ejemplo la necesidad de reconocimiento? De todas las necesidades que cubren este lado del triángulo, seguramente la que más discutible resulte sea precisamente esta: El reconocimiento.
¿Puede el reconocimiento resultar defendible como una necesidad de suficiente importancia como para ocupar todo un espacio en mi triángulo?
Resulta sencillo banalizar el reconocimiento, quizá porque está cerca de la soberbia o la vanidad y estas palabras no tienen buena prensa. Nos hacen pensar en seres engreídos y prepotentes. A todos nos vienen a la cabeza personas a las que no tragamos precisamente por esto. De hecho la vanidad es reconocida, en nuestra cultura, como uno de los peores pecados capitales.
Algunas personas viven obsesionadas con la búsqueda del reconocimiento. Hacen lo que sea y pagan el precio que sea con tal de conseguir su dosis de reconocimiento como si de una droga se tratase. Tan solo hay que darse una vuelta por las redes sociales y leer lo que a gente hace en su búsqueda de likes y seguidores. Como si de una selva virtual de cazadores de reconocimiento se tratase. Basta con leer cómo muchos de estos “gurús de la caza virtual” se expresan. Son la pura arrogancia abalada por los trofeos de “me gusta” y seguidores que aparecen colgados en sus muros.
Sin embargo, el reconocimiento no es algo banal. Como decía antes, se trata de una necesidad humana y por lo tanto una fuente de energía para muchas de nuestras acciones. Porque no se trata sólo de los likes, uno necesita sentirse reconocido de muchas maneras: en su originalidad, en su aportación, en lo que hace en beneficio de otras personas y desde luego que también económicamente.
Todos necesitamos reconocimiento, desde la abuela cuando nos invita a su casa a comer cocido hasta nuestro hijo cuando nos enseña el dibujo que ha hecho en el colegio. Desde el primero de la pirámide en la jerarquía de la empresa hasta el último de los empleados. Todos necesitamos reconocimiento.
He conocido a no pocas personas abandonando su proyecto a mitad de camino, con el ánimo ensombrecido, aburridas y desencantadas sencillamente porque jamás les llegó el reconocimiento de quien hubieran necesitado recibirlo.
Si la vanidad es un pecado, la generosidad es una virtud. Ser generoso en el reconocimiento que demos a los demás es “nutritivo” para sus proyectos y si en el nuestro no lo recibimos también es bueno recordar que también podemos ser generosos en el auto reconocimiento.
El auto reconocimiento contribuye a nuestro bienestar emocional, potencia nuestras motivaciones y desde luego, resulta esencial para la autoestima.
LADO NÚMERO TRES: FLUJO
¿Qué es eso?
Resulta más sencillo de sentir que de explicar ¿Alguna vez ha estado haciendo algo que atrapase tanto su atención que se le pasó una hora como si fuese un minuto? Leyendo una novela, conversando con alguien interesante o incluso ¡Trabajando!
Los momentos de flujo son eso: momentos. Espacios de tiempo en los que una actividad (la que sea) te atrapa tanto que parece que se hace sola y además… se nos pasa volando. Parece que todo, sencillamente… fluye
Durante el momento de flujo no existen las emociones negativas, no se siente miedo, ansiedad ni tristeza. Tampoco se siente uno embargado por el aburrimiento del “día de la marmota“.
Durante el momento de flujo nuestro pensamiento tampoco se ve interrumpido por las fantasías de éxito que tanto alimentan al ego.
Durante el momento de flujo, es la propia acción la que nos conduce a un estado de equilibrio y paz mental provocado precisamente por esta concentración en la que «se retiene» nuestro pensamiento.
¿Imagina vivir un proyecto lleno de “momentos de flujo”?
Desde luego que no estoy hablando de proyectos basados en el hedonismo. Hablo de proyectos con una esencia más profunda. Proyectos repletos de acciones con las que uno comulga hasta el punto de atrapar completamente su atención.
Acciones que no están reñidas con el esfuerzo, la voluntad o la constancia. Todas estas palabras son sustantivos asociados con el aprendizaje. Es precisamente a través del aprendizaje como uno adquiere las habilidades capaces de llevarnos a momentos de flujo en situaciones cada vez más complejas.
Hace un par de veranos que leí un libro llamado “Fluir. Una psicología de la felicidad” de Csikszentmihaly. El autor define éste tipo de momentos como: “estados de experiencia óptima” o lo que podría ser lo mismo “momentos de autentica felicidad”.
Momentos en los que podríamos decir que uno convive en primera persona con lo mejor de sí mismo:
La esencia de su felicidad.
Ser feliz. Importante destino al que aspirar en el otro lado del puente. Ese puente sólido e indeformable. Construido a partir de triángulos: “El puente de mis proyectos”
Merece la pena intentarlo.
Feliz inicio de curso.
Javier Bris Pertíñez