EL TRIÁNGULO DE MIS PROYECTOS

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No ocultes tus talentos. Se hicieron para usarlos. ¿De qué sirve un reloj de sol en la sombra?

Ben Franklin

Terminamos Septiembre. Se acabaron las vacaciones y muchos nos preguntamos ¿Qué puedo hacer para que  el nuevo curso me traiga eso que… no me quito de la cabeza?  Todos tenemos objetivos, deseos o temores escondidos entre el cerebro y el corazón aunque no siempre resulten del todo confesables.

Alguien me dijo una vez: «Lo que quieres, lo que deseas, lo que necesitas:  Transfórmalo en proyecto y podrás mirarlo a la frente. Los proyectos son como puentes que nos ayudan cruzar desde la niebla que flamea por la orilla  de los sueños hasta la vida real.»

  Ante lo cual quizá, la cuestión sería ¿Cómo construir puentes sólidos, de esos que no se rompen ante la primera riada de las adversidades? 

Siempre me han llamado la atención la cantidad de  puentes (y más cosas) construidos a partir de estructuras triangulares. Ya estén a la vista o formando parte de su esqueleto. Pero… ¿Por qué el triángulo? Los expertos afirman que el triángulo es la  figura geométrica capaz de aguantar más presión sin deformarse lo que encaja bien con la razón de ser de muchos puentes (y más cosas).  

Tomando esta cuestión como modelo ahora me planteo: ¿De qué tres lados constaría cada uno de los  triangulitos con los que fabricar mi puente? Lo que viene a ser igual: ¿De qué tres lados constaría el triángulo de mis proyectos para resultar seguro y fiable?

Pienso que estos lados podrían ser los siguientes:

LADO NÚMERO UNO: COHERENCIA.

Este lado, además, debería ocupar  la base del triángulo.

Coherencia conmigo. Con lo que yo quiero.. .  Coherencia con lo que sé hacer. Con mis inquietudes. Con mis valores.  Con lo que puedo aportar. Coherencia con  mis objetivos  más auténticos  aunque como digo, no siempre tengan porqué ser  confesables.

Digo que este lado supone la base  para mi triángulo y digo también que cuanto mayor sea su longitud mayor estabilidad aportará al proyecto.

 Porque… ¿Qué sucedió con aquel proyecto que una vez hice y se resquebrajó a la mínima?

Quizá nunca me terminó de convencer. Posiblemente jamás lo sentí como mío. Puede que nunca fuera sino el proyecto de otro y que por alguna razón me tocó asumir. O quizá jamás lo necesité realmente y la razón de ser de aquel proyecto resultaba artificial . Pegada a mí con pegamento malo como quien cuelga un cuadro con chicle en la pared.

Cuando no existe coherencia el proyecto no se sostiene en el tiempo. Se echarán las culpas al otro, a la empresa, al sistema o a quien quiera que sea que pase por ahí.

Cuando se construye un proyecto merece la pena tomarse un tiempo para construir este lado del triángulo.  Verlo. Oírlo. Sentirlo  y después mirarse al espejo y preguntarse ¿Qué tal? Si quien está al otro lado te sonríe por dentro: ¡Genial!  No lo dudes… ¡A por el lado número dos!

LADO  NÚMERO DOS: NECESIDAD

Para que mi proyecto tenga solidez ha de responder también a esta pregunta ¿Cuál de mis necesidades cubre?  A veces hacemos proyectos para vivir mejor Otros los hacen simplemente para no morir de hambre, frío o  terror.  Lo escuchamos  cada día. La personas hacen cosas realmente complejas, difíciles y arriesgadas por culpa de este lado número dos de su triángulo: la necesidad.

 Supongo que resulta indiscutible pensar que cuanto más extrema sea la necesidad por cubrir, mayores riesgos se asumirán. Es decir con más fuerza se aferrará uno al puente de su proyecto.

Pero ¿Qué sucede cuando en la necesidad existen otras cuestiones no tan primarias como por ejemplo la necesidad de reconocimiento? De todas las necesidades que cubren este lado del   triángulo, seguramente la que más discutible resulta sea precisamente esta: El  reconocimiento.

¿Puede el reconocimiento resultar defendible como una necesidad de importancia para ocupar un lado en mi triángulo? 

Resulta sencillo banalizar el reconocimiento, quizá porque está cerca de la soberbia  o la vanidad y estas palabras no tienen buena prensa. Nos hacen pensar en seres engreídos  y prepotentes.  A todos nos vienen a la cabeza personas a las que no tragamos precisamente por esto.  De hecho la vanidad  es reconocida, en nuestra cultura, como  uno de los  peores pecados capitales.

Algunas personas viven obsesionadas con  la búsqueda del reconocimiento.  Hacen lo que sea y pagan el precio que sea con tal de conseguir su dosis de reconocimiento como si de una droga se tratase. Tan solo hay  que darse una vuelta por las redes sociales y leer  lo que a gente hace en su  búsqueda de likes y seguidores.  Como si de  una selva virtual de cazadores de reconocimiento se tratase.  Basta con leer cómo muchos de estos “gurús de la caza virtual”  se expresan. Son la pura  arrogancia abalada por  los trofeos de “me gusta” y seguidores que aparecen colgados en sus muros.

Sin embargo,  el reconocimiento no es algo banal. Como decía antes, se trata de una necesidad humana y por lo tanto  una fuente de energía para muchas de nuestras acciones. Porque no se trata sólo de los likes, uno necesita sentirse reconocido de muchas maneras: en su originalidad, en su aportación, en lo que hace en beneficio de otras personas y desde luego que también económicamente.

Todos necesitamos reconocimiento, desde la abuela cuando nos invita a su casa a comer cocido hasta nuestro hijo cuando nos enseña el dibujo que ha hecho en el colegio. Desde el primero de la pirámide en la jerarquía de la empresa hasta el último de los empleados. Todos necesitamos reconocimiento.

He conocido a no pocas personas abandonando su proyecto a mitad de camino, con el ánimo ensombrecido, aburridas  y desencantadas sencillamente porque jamás les llegó  el reconocimiento de  quien hubieran  necesitado recibirlo.

Si la vanidad es un pecado, la generosidad es una virtud. Ser generoso en el reconocimiento que damos a los demás es “nutritivo” para sus proyectos y si en el nuestro no lo recibimos también es bueno recordar que también podemos ser generosos en el auto reconocimiento.

El auto reconocimiento contribuye a nuestro bienestar emocional, potencia nuestras motivaciones y desde luego, resulta esencial para la autoestima.

LADO NÚMERO TRES: FLUJO

¿Qué es eso?  

Resulta más sencillo de sentir que de explicar ¿Alguna vez ha estado haciendo algo que atrapase tanto su atención que se le pasó una hora como si fuese un minuto? Leyendo una novela, conversando con alguien  interesante o incluso: ¡Trabajando!

Los momentos de flujo son eso: momentos.  Espacios de tiempo en los que una actividad (la que sea) te  atrapa tanto que parece que se ha hecho sola y además… se pasa volando.  Parece que todo, sencillamente… fluye

Durante el momento de flujo no existen las emociones negativas, no se siente miedo, ansiedad ni tristeza. Tampoco se siente uno embargado por el aburrimiento  del “día de la marmota“.

Durante el momento de flujo  nuestro pensamiento tampoco se ve interrumpido por las  fantasías  de éxito con las que alimentar al  ego. Durante el momento de flujo, es la propia acción la que nos conduce a un estado de equilibrio y paz mental provocado precisamente por esta concentración en la que «se retiene» nuestro pensamiento.

¿Imagina vivir un proyecto lleno de “momentos de flujo”?

Desde luego que no  estoy hablando de proyectos basados en el  hedonismo.  Hablo de proyectos con una esencia más profunda.  Proyectos repletos de acciones con las que uno comulga hasta el punto de atrapar completamente su  atención. 

Acciones que no están reñidas con el esfuerzo, la voluntad o la constancia. Todas  estas palabras son sustantivos asociados con el aprendizaje. Y es precisamente  a través del aprendizaje como uno adquiere las habilidades capaces de llevarle a momentos de flujo en situaciones complejas.

 Hace un par de veranos que leí un  libro  llamado “Fluir. Una psicología de la felicidad”  de Csikszentmihaly.  El autor define  éste tipo de momentos como: “Estados de experiencia óptima”  o lo que podría ser lo mismo “momentos de autentica felicidad”.

 Momentos en los que podríamos decir que uno convive en primera persona con  lo mejor de sí mismo:

La esencia de su felicidad.

Ser feliz. Importante destino al que aspirar en el otro lado del puente. Ese puente sólido e indeformable. Construido a partir de estructuras de tres lados:  “El triángulo de mis proyectos”

Merece la pena intentarlo.

Feliz inicio de curso.

Javier Bris Pertíñez

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