Sobre creencias, placebos y actitudes

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Allá por los años 60 Robert Rosenthal y Lenore Jacobson realizaron un experimento con un grupo de estudiantes y sus profesores: Hicieron una prueba a los niños con el falso nombre de “Test de Harvard de Adquisición Conjugada”. Aquél test sólo valoraba algunas aptitudes no verbales pero,  según contaron a los profesores  era indicativo de la capacidad intelectual naciente de los niños. Aquellos que obtuviesen  mejores  resultados tendrían a lo largo del año  un avance sin precedentes en su rendimiento escolar.

La sorpresa llegó cuando, ocho meses después, se pudo comprobar con datos objetivos que, estos mismos niños a los que sus profesores consideraron falsamente como los de “más altas capacidades” obtuvieron efectivamente un rendimiento superior a sus compañeros.

 Se mostró con aquel curioso estudio que las expectativas de los profesores sobre sus alumnos influyen sobre su rendimiento final.  O lo que es lo mismo, las creencias de los profesores sobre las habilidades de sus alumnos terminan por al influir en el rendimiento de estos.

Y es que, si se para uno a pensar, el valor de las creencias es muy grande. De hecho, parece un poco mágico.

Todos tenemos automatizadas decenas de creencias. Todos tenemos forjadas ideas sobre cómo funcionan  las cosas, las otras personas  o  nosotros mismos.

 Las creencias, muchas veces  sirven para orientarnos cuando andamos perdidos. Actúan como los faros en medio de la tormenta.  Gracias a muchas creencias las personas cumplen sus sueños y llegan a hacer cosas que a la vista de otros resultarían  imposibles. 

 Pero por creencias también se pueden provocar guerras. Se pueden pesar cosas irracionales. Por creencias se  puede rechazar a seres a los que ni siquiera conocemos. Y por creencias  también “endiosamos” y rendimos admiración a personas que podrían no ser dignos de tal afecto.

¿Qué pasa con la salud? ¿Existe relación entre creencias y salud?

  La salud no deja de ser, en gran parte, una experiencia subjetiva. Algunas personas ante un simple cuadro gripal afirman  que su salud es muy  mala. Mientras que otros con enfermedades de mayor envergadura pueden pensar que,  después de todo, su salud no está tan mal.

En la relación entre creencias y salud, un aspecto interesante es el conocido como “Efecto placebo”

 Según la RAE el placebo puede ser definido como una sustancia que, careciendo por sí misma de acción terapéutica, produce algún efecto favorable en el enfermo si éste la recibe convencido de que posee realmente alguna propiedad. Es decir con la creencia forjada de que tal sustancia es buena para su salud.

Posiblemente el primer ensayo controlado con placebo del que se tiene conocimiento fue realizado en 1931 cuando una droga conocida como sanocrysin se comparó con agua destilada en el tratamiento de la tuberculosis.

Muchos autores se refieren al  placebo con expresiones  como: “sustancias sin acción terapéutica”, “engaño”, “uso de la complacencia en la relación médico paciente”, etc.

 En cualquier caso, con independencia de la connotación que pudiera tener, hablar de  la acción de un placebo supone asumir la creencia de que el uso de una sustancia inerte  puede tener efecto sobre el proceso salud/enfermedad/salud. Esto encajaría  con  la existencia de  algunos  “sanadores” (entre comillas) que en muchos casos  utilizan este valor de las creencias para obtener  beneficio a costa de la ignorancia, la desesperación o el dolor  del enfermo y sus seres queridos.

El placebo tiene un gran valor en el campo de la investigación ya que se considera el patrón contra el que se comparan muchas  intervenciones. De hecho resulta llamativo que los ensayos clínicos cuya aportación tiene  un mayor reconocimiento son aquellos conocidos como estudios de doble ciego. Es decir,  aquellos en que tanto el  paciente como el profesional  desconocen si se está administrando el tratamiento  en cuestión o simplemente se trata de  un placebo, como el agua destilada de aquel estudio de 1931.

¿Cómo puede ser que el placebo, o lo que es lo mismo: «la creencia», sea capaz de  influir sobre el proceso de salud y enfermedad?  

Pues existen muchas teorías al respecto:

  • Algunos lo asocian con  la producción de endorfinas. Esto es, sustancias de efectos parecidos a los mórficos pero producidos por el propio organismo como consecuencia de diversas razones,  entre ellas algunas emociones.
  • Por otro lado existe un gran número de enfermedades a las que consideramos psicosomáticas, en las que prima la relación recíproca ente la psique y el cuerpo. En estos casos, el placebo podría influir sobre la ansiedad u otros estados mentales lo que  repercutiría en el desarrollo de   la enfermedad.
  • Las expectativas del paciente sobre el fármaco  también  pueden influir. Puede que incluso de forma no consciente estimulen  a cambiar algunos comportamientos  nocivos así como la manera de percibir  los síntomas de la enfermedad.
  • Existe también  una teoría que habla del “aprendizaje condicionado” como una manera de comprender el efecto placebo.  Según esta, las   vivencias previas  a un tratamiento condicionan  la respuesta a otro tratamiento posterior. De hecho esta teoría podría explicar porqué  los placebos no tienen efecto sobre bebés o niños muy pequeños  sin experiencias terapéuticas anteriores.

A pesar de todas estas teorías, me llama la atención que, casi todos los artículos consultados  concluyen  que el mecanismo por el que el placebo, una sustancia inerte, pudiera tener efecto beneficioso o indeseable es aún un misterio por resolver.

Goleman afirma que aquellas personas que  creen en algún tipo de sentido trascendental de la vida o practican una religión tienen más posibilidades de superar un trauma emocional.   Es muy posible que, sin saberlo, cada uno hagamos nuestras propias conjeturas con la información que tenemos y los sentimientos que nos despierta, como sucedió con los profesores en el experimento de Rosenthal y  Jacobson. 

Puede que finalmente, todo sea cuestión de actitud.

Como decía Jefferson: «Nada puede detener al hombre con la actitud mental correcta, pero tampoco nada puede ayudar al hombre con la actitud mental equivocada.«

En gran parte, somos lo que creemos.

Como diría la  madre Teresa de Calcuta:

Al final, todo es entre tú y Dios.

Nunca fue entre tú y ellos, de todos modos.

Javier Bris Pertíñez

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